Los corsos y carnavales “de antes” en Cañuelas
Por Anita Pfannkuche. Guerras de agua, bombitas, baldes. Disfraces, mascaritas y carrozas. ¿Cómo se festejaba el carnaval hace 50 o 60 años en nuestra ciudad?
Los preparativos para los días de carnaval eran muchos.
Acopiar jarras para el agua, baldes, (no había de plástico y sí duros de chapón de albañil u hojalata) mangueras, palanganas, eran de vital importancia. Conseguir la ayuda de algún tío o padre piola que alimentara los fuentones de zinc más grandes de donde surtirse para los recipientes chicos, también. No nos olvidemos que no había agua corriente. Se extraía el precioso elemento de una bomba “sapo” a pura tracción de brazos o de un bombeador (con motor eléctrico) que surtía a un tanque.
Cuentan los más antiguos que se ahuecaban huevos y se los llenaba de agua, por los años treinta. Esto fue el origen de las bombitas, que se colgaban de los picos de las canillas hasta ser llenada. Estas tareas eran disfrutadas tanto por los chicos como por los mayores. El bullicio, las risas, las corridas y los gritos de los vencidos a baldazos eran compartidos por todos los jugadores del carnaval.
La hora más temida era la de la siesta, aunque “estaba permitido mojar” desde las diez de la mañana. Esto no estaba escrito en ningún lado, pero tampoco se podía quejar nadie de recibir un baldazo si salía a la calle en ese horario. Cosas, del respeto mutuo de otros tiempos.
Algunos vecinos escondían a los chicos en sus patios para su lucha contra el otro barrio o la otra cuadra. Otros amargos, que siempre los hubo, cerraban las puertas y rezongaban si su vereda resultaba mojada.
A veces, existía un ataque traicionero de los más grandes, cuando desde arriba del techo tiraban agua a los desprevenidos o a los contrincantes que venían a jugar desde otro lugar. Una niña, jovencita, adolescente o señora no muy mayor eran piezas codiciadas. Las personas que pasaban en bicicleta eran presa de la duda. Sólo los más audaces se atrevían a arrojarles agua. Y tenían que estar listos para disparar, ya que evidentemente, el ciclista no estaba jugando.
Las recomendaciones de las madres eran que no jugaran descalzos, ni en ojotas. Esto no siempre se cumplía, y sobre todo en las calles de tierra los resbalones y revolcones eran la consecuencia.
A veces la contienda del agua se iba de las manos y algunos jovencitos terminaban con el balde de sombrero, heridos o doloridos. Ahí se paraba todo, se curaba al herido, amigo o enemigo y se calmaba el asunto. Las madres llamaban a los suyos a bañarse y cerraban las puertas a pesar de las protestas. Al día siguiente la lucha comenzaba de nuevo.
LOS BAILES
Los bailes eran coqueteos o acercamientos que daban comienzo después de los corsos.
Los clubes realizaban sus grandes bailes con invitados de lujo o con grabaciones. Club Juventud Unida, Club Cañuelas, Club San Martín y “la tierrita” del Club Sargento Cabral, con su pista circular.
En algunos bailes a los que concurrían todos camuflados se jugaba a buscar su propia pareja, y a veces había grandes confusiones. No se reconocían, se bailaba y se susurraba al oído, la gente se divertía porque era carnaval y estaba casi todo permitido.
LOS DISFRACES
Hace unos años, como es costumbre recordar desde esta sección, los carnavales eran un poco menos violentos en cuanto a los juegos y muy vistosos y creativos en cuanto a sus disfraces y trajes clásicos.
Las caretas de dibujitos animados y de películas eran (realizadas caseras) para los más chiquitos. Los trajes típicos: hadas, gitanas, princesas, piratas, muchos disfraces del Zorro o convoy.
Los mayores recreaban a linyeras, aviadores, cabezudos, demonios, muertos con sus viudas llorando, presos con sus trajes blancos con rayas negras y bola negra en el tobillo, fantasmas con sábanas, árabes, gauchos, payasos, arlequines, médicos manchados de rojo con ristras de chorizos en las manos. Las damas con grandes faldas, sombreros y abanicos. Algunas, vestidas de hombres pero en grupos. Por supuesto, con antifaces o máscaras realizadas con sábanas con agujeros en los ojos y pintadas.
La bicicleta con la nena (una bicicleta con un canasto donde como un sillón de reina iba sentada una nena vestida de princesa), el Indio Comanche, el magnífico Emperador Romano, la mariposa (una niña de poca edad, vestida de mariposa, a la que acompañaban sus padres, de la mano durante todo el corso).
Algo importantísimo: todo el que se disfrazaba lo hacía en otra casa. Jamás salía de la propia.
LOS CORSOS
En Cañuelas, los corsos de antaño comenzaban en “La amarilla” y llegaban hasta la calle Hipólito Yrigoyen.
El alumbrado era a farol de querosene. Los empleados municipales de la época recorrían cada farolito con una botella (de vidrio, que había sido de vino) conteniendo combustible, un paquetito de mechas para cambiar y la caja de fósforos. Bombeaban el farol, y éste se encendía iluminando la calle. Lo llamaban Sol de Noche. El lugar donde se repartían y guardaban los faroles era en la casa de Alberto Nassano; quien arreglaba, distribuía y encendía los mismos era Alfredo Urbisaia.
La gente se iba acercando hasta el lugar donde se armaba el corso. En la esquina de la Sociedad de Fomento sargento Cabral se armaban los tablones y la cantina. Vino tinto, blanco y clarete (rosado) de la marcas Toro, Rupebe, Talacasto, Pángaro, Resero. La cerveza era en porrón o tres cuartos. Las bebidas: Bidú, Crush y Naranjín. En la parrilla, sólo chorizos.
Uno de los disfraces más esperados era el de Chicho Procopio, que todos los años llamaba la atención. En una ocasión se paseó cargando varias palas y una ristra de chorizo, al grito de: -“Chorizos… palas viejas, palas nuevas”. Otro año, en una bañadera con ruedas empujada por los amigos, simulaba ser un bebé sólo tapado por las burbujas. También se lo recuerda disfrazado de médico, operando sobre una camilla a un paciente del que sacaba chinchulines, tripa gorda, riñones y otras achuras.
Un señor de edad “el viejo de la carretilla” llevaba una imagen de la Virgen de Luján recorriendo todo el Corso.
De Lobos solían llegar dos carrozas muy lindas, imitando barcos. También había otras sobre las que se montaban escenarios de pulperías, en los que los actores bebían durante toda la noche.
El Sr. Gesualdo, que tenía un forraje, se subía al techo y tiraba agua a sus amigos y sus hijas.
También desfilaban tropillas con hermosos caballos, hasta que fueron prohibidas porque uno de ellos se espantó y pisó a una conocida señora, que tuvo que realizar muchas operaciones para componer su pie. El Sr. Urruti desfiló una vez vestido de Facundo Quiroga, con todos sus soldados.
“Los defensores de Cabral” era un equipo de fútbol vestido con camisetas de Racing que prestaba el “Chino” Aristegui.
Los “Tula” hacían una carroza emulando un rancho y se cocinaban un cordero regado con tinto, que a esa hora, hacía agua a la boca.
Anita Pfannkuche