Mi Adiós a Maradona.

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Por Raul Valobra: Ese hombre, si me permiten por un instante bajarlo a nuestra condición, fue capaz de todo, nosotros le trasladamos a él todas nuestras frustraciones colectivas, porque sabíamos que él no nos iba a traicionar, nos iba a devolver felicidad, alegría, júbilo, porque lo transformamos en nuestro superhéroe.

Tal vez nunca quiso estar ahí en ese lugar, pero no pudo correrse jamás del sitial de ídolo popular porque la Historia tenía reservada para él toda la gloria que ningún otro mortal haya tenido y tuvo que ser Maradona, convertirse simplemente en el Diego, ser reconocido en el universo tan solo como el 10.

Fue entonces que dejó de ser una persona y pasó a encarnar una leyenda, su propia leyenda, a vivir ese infatigable idilio con el Pueblo argentino, para protagonizar un romance eterno que escapa a toda lógica, que como todo amor no se interpreta desde la razón, solo se siente con el corazón.

Él fue puño en alto y fue bandera, fue equilibrista desafiando a la materia, quebrando su cintura, esquivando piernas, con todo el desenfado en su mirada, transgresor de límites, forjador de proezas y toda la humanidad si rindió a sus pies y se convirtió en el Dios de la Gambeta.

Y nunca dejamos que se baje, lo pusimos en ese pedestal y lo condicionamos a que sea “El Diego”, un luchador capaz de enfrentar a los poderosos para ser el escudo de los humildes, porque tuvo la grandeza de la memoria y aceptó con orgullo que provenía de aquel barro sagrado de Fiorito.

Y se envolvió en celeste y blanco para colmar de caricias a la pelota, para llenarla de besos, este niño prodigioso gambeteó la pobreza estructural condicionante y cuando la dejó tirada en el piso supo que estaba predestinado a ser aquello que el fútbol aún no había parido y debía alumbrar.

Esa explosión de magia y talento que llevó a este deporte a su máxima expresión, al éxtasis absoluto, tanto que lo que sobrevino luego de él apenas llenó algunas expectativas, porque Diego rompió las leyes de la física y la anatomía para lograr resultados imposibles para cualquier mortal.

Porque eso también debemos saberlo, lo pensamos inmortal, lo declaramos invencible, porque nuestras vidas necesitaban tener el cobijo de su sonrisa y el amparo de su coraje y ni siquiera le permitimos sentirse hombre, quisimos que sea Dios, un Dios de carne y hueso, nuestro Dios.

Y se fue, al menos ya no lo veremos caminar con dificultad, volverá a vestirse de celeste y blanco para tornarse mito y leyenda, correrá por cada potrero de nuestros sueños, enfrentando a quienes pretendan arrebatarnos la alegría, siempre lanzado al ataque, siempre buscando el resultado.

Es hora de despedirte Diego, es hora de soltarte, de aceptar que también merecés un descanso luego de tantos años de luchar por todos nosotros, tu legado será la mayor herencia que nos quede entre las manos y con puños apretados contra el pecho lo atesoramos como nuestra mayor riqueza.