La mujer del dragón tatuado.
A la hora de pensar en un emprendimiento personal muchas son las recetas clásicas. Aylén Cabrera sintió que debía mezclar el trabajo con el arte, y por ende con el placer. El dibujo siempre la apasionó: tatuar se convirtió en un proyecto de vida.
Por Martín Aleandro
De Cañuelas al mundo hay un paso que muchos no se atreven a dar. Viajar es viajar para adentro de uno mismo. La soledad del camino y la toma de decisiones van formando una personalidad muy especial en quienes se atreven y salen al mundo a vivir la experiencia. Sin embargo, haber nacido en Cañuelas y haberse criado en sus calles también nos forma como sujetos muy singulares, y de una forma u otra lo llevamos en la piel. En el caso Aylén Cabrera se dan las dos experiencias, y el resultado es un proyecto que la llena de orgullo y le genera una salida laboral: el tatuaje permanente. En esta charla que tuvo Cañuelas Ya nos cuenta el adentro y el afuera de su personalidad.
NIÑA DE PUEBLO
Cañuelas era un lugar súper tranquilo, la calle era el espacio en común para todos los niños. Imposible aburrirse cuando tenés todo un pueblo para recorrer y disfrutar. Nuestros padres no se preocupaban porque en realidad no pasaba nada, y por tal motivo nos daban rienda suelta y libertad para jugar en la calle. Mis amigos del barrio me venían a buscar en bicicleta y salíamos a recorrer el pueblo pedaleando. A la hora de la merienda nos juntábamos en alguna casa donde todos compartíamos ese momento. La Plaza Belgrano era un lugar de encuentro, no existía el celular pero siempre nos encontrábamos a patinar y a jugar. Fue una infancia súper libre, nunca fui de estar mucho en casa, siempre fui muy para afuera, y esa tranquilidad que nos brindaba Cañuelas permitía callejear hasta la nochecita. Mis amigas del día de hoy son las mismas que cuando tenía 12 años, eso no cambió, pero sí me doy cuenta que hoy las infancias no son iguales y que la población creció muchísimo. De todas formas elijo criar a mi hijo Aquiles aquí, porque sé que en Buenos Aires o en otro lugar más urbano no sería lo mismo.
EL CAÑUELAS DE LOS OCHENTA Y NOVENTA
Yo la veía gigante, quizá mis ojos de niña la veían así. Era un pueblo de casitas bajas y calles arboladas. La Municipalidad, la Iglesia, la Escuela, el centro cívico actual estaba intacto. No había algo mucho más allá de lo que es un pueblo, hasta todavía existían alguno de eso almacenes rurales y viejos donde se vendía de todo, con los años fueron desapareciendo. Pienso que Cañuelas creció muy de golpe, antes había muy pocos boliches y bares, y en un abrir y cerrar de ojos aparecieron un montón nuevos y más modernos. Los barrios cercanos al centro eran de calles de tierra y zanja, parecían muy lejanos, los mismos potreros y descampados daban esa sensación de discontinuidad. Y un poco más allá comenzaba el campo y el sol caía atrás de la autopista rojo como una bola de fuego. Marcaba el término del día y del pueblo.
LA CULTURA
Acá no había muchas posibilidades de formarse en algún lenguaje artístico, había que viajar si querías estudiar. Después había muy pocas bandas de rock que tocaban en eventos o algo así, la banda “Sólida” tocaba en aquel entonces y siempre íbamos los mismos a verlos porque tampoco había mucho público para la música de rock en vivo. La gente se dividía entre ir a “Sabatt” a bailar o ir a ver y escuchar rock. En mi caso iba a los dos lados porque siempre fui una persona súper abierta y adaptable, no tengo ningún inconveniente ni prejuicio. Cañuelas era muy diferente a lo que es hoy, ahora las posibilidades y la oferta cultural es enorme y la gente tiene para elegir. De chica siempre dibujé, me pasó personalmente que mi profesora de dibujo no me inspiró nunca, tuve que aprender a volar solita. Si en aquel entonces te dedicabas al arte no ibas a llegar a ningún lugar, no se fomentaba la cultura en Cañuelas.
UN VIAJE A LA PROFUNDIDAD DEL SER
Pensando en otras culturas, en otros lugares y paisajes emprendí una búsqueda donde, quizá, me encontré a mí misma. Me vi fascinada por la idiosincrasia de otros pueblos, su arte, sus comidas, sus costumbres. Eso me llevó a un camino de ida, al regresar ya no fui la misma. Latinoamérica es mágica y misteriosa, y conocerla en profundidad es como bañarse en las aguas donde nuestras raíces abrevan. Más allá de nuestra mixtura con Europa nunca dejamos de ser latinoamericanos. En este tipo de viajes vas conociendo a personas increíbles y el aprendizaje es constante. Tengo fotos de murales sorprendentes en Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil, eso me llamaba mucho la atención, me daba ganas de dibujar. En un momento me crucé con un chico que viajaba, estaba lleno de tatuajes su cuerpo. Me contó que su ex pareja lo había tatuado y se dedicaba a eso para vivir. En ese sentido su ex era inolvidable, me dijo, e inmediatamente pensé: qué poder que tiene el tatuaje.
FRESA TATTOO PROYECT
El final del viaje fue el principio de este proyecto que en la actualidad crece constantemente. Luego de haber aprendido a tatuar viajando por Bariloche, y de haber recibido mi primer maquina solo debía seguir ese impulso y dar el paso siguiente. “Fresa Tattoo” es un poco el resumen de mi viaje y, a su vez, una elección de vida. Comencé a tatuar de apoco, de la misma manera me fueron recomendando y conociendo. Cuando me quise acordar mi casa se fue convirtiendo en un Estudio y dibujar sobre la piel en un trabajo. El día de hoy estoy a “ful time” y muchas personas vuelven a que les haga otro tatuaje o a continuar un dibujo. En este sentido siempre me fui adaptando a distintas circunstancias de la vida, entre la niña que recorría Cañuelas en bicicleta, y la joven viajera solo hay un paso de diferencia. Jugar y viajar me hicieron fuerte y creativa. A lo único que le tengo miedo es a morirme de aburrimiento, por eso siempre tengo algo en mente.