La lucha entre el pasado y el futuro.

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Lic. Raúl E. Valobra

Este nuevo tiempo de la modernidad no tiene mucha contemplación por lo viejo y barre con todo en su avasallante paso, reliquias patrimoniales son derrumbadas sin que acuda el menor remordimiento ni existan trabas legales que lo impidan y desde la potestad de la decisión que cada sujeto posee sobre la propiedad privada, desde la cual tiene la capacidad legal para elegir el destino del inmueble en cuestión, que debería formar parte de nuestro patrimonio arquitectónico.

Al tiempo que caen esos monumentos históricos del pueblo, que fueron parte de aquel imaginario urbano que nos dieron identidad y nos vieron crecer, se erigen fríos condominios, moles cuadradas de cemento que son el emblema del progreso y del advenimiento de otro tiempo que lejos está -en su manual de procedimientos- de respetar la riqueza del pasado, con legislaciones que privilegian los cánones a las construcciones más que la conservación del patrimonio.

Es un delicado equilibrio, las miradas se contraponen en el escenario de la cotidianidad, ya que hoy mismo también se construye emulando en algunos casos a las fachadas antiguas mientras la arquitectura moderna impone su estilo ágil donde impera la utilidad y la optimización del espacio, más que le estética artística que podíamos observar en esas casonas antiguas que poblaban la ciudad y que hoy se extinguen irremediablemente.

Toda modificación del espacio no es casual, sucede por una motivación intrínseca a la sociedad que la produce y que en la era de hipercomunicación a través de las redes va homogenizando su mirada y cediendo las particularidades, hoy se intenta imponer la cultura de lo nuevo por encima de la reminiscencia y la nostalgia. Néstor García Canclini, es un escritor, profesor, antropólogo y crítico cultural argentino y definió el término cultura como “el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles, y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social”.

Este concepto de cultura explica la pasividad social para aceptar la aniquilación de un pasado que de a poco deja de hablar en nuestras calles, apenas algún valiente sigue agitando sus banderas y restaura casonas viejas, en adaptaciones que resultan una bella simbiosis de esos dos dioses: Lo Viejo y Lo Moderno. Si uno quiere refrescarse del viejo Cañuelas, puede andar por Rivadavia desde Alem e ir subiendo una cuadras y disfrutar hasta de las sombras de los árboles que nos robó el progreso.

Ahí aún podemos escuchar ese grito de resistencia y rebeldía al capitalismo, como si se tratase de un páramo detenido en el tiempo, con algunas veredas rotas, paredes viejas despintadas de casonas altas, ventanales amplios, que dan testimonio sobre aquella ciudad que supo existir y que hoy se derrumba al ritmo del crecimiento poblacional, inexorable y vital, al ruido insoportable de las máquinas que empujan paredes y rugen como leones ganando su batalla por la supervivencia.

La vejez puede doler si no se está preparado para ello, duele la pérdida de la vitalidad que tuvimos en la juventud, duele que alrededor ya no estén aquellas cosas con las que crecimos aunque generalmente la vida se encarga de brindarnos elementos para transitar esa etapa, el Cañuelas de ayer ya no existe, se transformó en una ciudad pujante, con un tremendo poder comercial y desarrollo urbanístico que no para de crecer, entiendo que ninguno de nosotros ni el más soñador siquiera, de esa generación que supera los 50 años, pudo imaginar este presente arrollador que devoró nuestro pasado pueblerino y nos trasladó a esta realidad insoslayable.