Juan Moreira, en Cañuelas.
¿Quién fue Juan Moreira?
Responde Eduardo Gutiérrez, autor de la novela homónima:
“Moreira era como la generalidad de nuestros gauchos; dotado de un alma fuerte y de un corazón generoso, pero que lanzado en las sendas nobles, por ejemplo, al frente de un regimiento de caballería, hubiera sido una gloria patria, y empujado a la pendiente del crimen, no reconoció límites a sus instintos salvajes despertados por el odio y la saña con que se le persiguió”.
La novela Juan Moreira es la obra de la literatura gauchesca que ha obtenido más resonancia popular después del Martín Fierro de José Hernández. El escritor idealizó la vida de un criollo real y escribió dos obras sobre ese ser extraordinario: el folletín policíaco publicado en forma de crónica en “La Patria Argentina” (1879-1880) y una adaptación teatral que a los 27 años de edad, el novelista compuso sobre el personaje central de su creación original.
Si bien hay pasajes de ficción, el meollo argumental no es fruto de la inventiva, sino de los sucesos policiales de la época, registrado en actas, que como periodista consignó Gutiérrez sobre hechos verídicos.
Acerca del lugar de nacimiento hay muchas dudas, pues unos afirman que vio la luz en Lobos, otros que en Navarro o en Morón y más de uno en los pagos de La Matanza o en Cañuelas. Pero en realidad nació en los bañados de Flores, que en aquellos tiempos pertenecían a La Matanza, según obra en el acta de Bautismo, libro 10, folio 502, de la parroquia de San José de Flores.[1]
Era hijo de un español católico, gallego, llamado Mateo Blanco, que era mazorquero de Rosas y fue asesinado por este último, y de María Ventura Núñez, natural del país (1811).
Quizá el apellido “Moreira” lo adoptó para preservarse de la política rosista.
De niño ya fue al campo, enviado por su padre para que aprendiese a trabajar y fuera hombre útil; se cobijó en la Estancia “La Porteña” de la familia Cascallares. Allí trabajó de peoncito, pero tenía carácter altivo, triste, reacio a la disciplina y arrojado hasta la temeridad. Volvió a vivir con su madre hasta los veinte años y luego trabajó en el Establecimiento de Correo Morales en Navarro, quien lo protegió siempre.
Con ayuda del juego de naipes y de las carreras cuadreras que frecuentaba como competidor extraordinario, puso un “puesto” con algunos animales por los pagos de La Matanza y Morón, que frecuentaba habitualmente. No sabía leer ni escribir pero era un domador consumado. También tenía –al decir de sus amigos- reacciones violentas: “se le despertaba el indio”. Guitarrero excelente improvisaba bailes y guitarreadas en ranchos y pulperías.
Impresionaba su mirada, de profundos ojos verdes, cabello claro ondulado, barba generalmente afeitada y nariz aguileña acompañada de labios gruesos. Su altura era regular tirando a alto, fuerte y erguido, con un cutis blanco rosado, algo picado de viruela.
Bien vestido; usaba chiripá sin calzoncillos cribados, botas de becerro y sombrero chambergo negro. El poncho de vicuña y el pañuelo de seda completaban su indumentaria.
Contrajo matrimonio en San Justo, con Vicenta Andrea Santillán, bonita y joven paisana de Navarro y residieron en el pago de Matanza. Tuvieron tres hijos, Valerio, Juan y Juana, criados por la esposa, en Navarro, quien trabajó con la viuda de Ángel Aguilar, hasta su muerte.
Según su biógrafo, Eduardo Gutiérrez, entre los 30 y los 50 años fue Moreira un trabajador apreciado en su época y no un delincuente.
Este personaje recordemos que había nacido y se había criado en la campaña, con las virtudes y los defectos propios de aquella desgraciada sociedad, azotada por guerras, indiadas, factores de la naturaleza y explotación de los pobres por los más pudientes.
Era un hombre probo cuando llegó de Morón y fue nombrado en Navarro: Sargento de la partida de plaza. Tenía muchos amigos en esta localidad.
Fue guardaespaldas de Don Adolfo Alsina y cuando éste canceló sus servicios le obsequió un caballo, una daga y un trabuco naranjero.
Años más tarde comete su primer delito, el cual le costará saldar durante toda la vida. Fue la muerte del pulpero genovés Sardetti (1869), quien no le pagaba una deuda de 400 pesos y además lo ponía en el cepo, arreglado con el comisario, cada vez que Moreira lo denunciaba. Le dio 15 puñaladas.
Para librarse de ser enviado como soldado a la frontera huyó de la zona y abandonó a su familia y su rancho. Tenía 50 años. Emigró al pago de Navarro.
Dios le reservaba sólo cinco años más de vida: cinco años tormentosos, después de los cuales sucumbió como valiente, pero acorralado por la justicia.
Boleta del enterramiento de Moreira en el cementerio de Lobos. A la publicación del libro de Marcos Estrada Liniers se hallaba en manos de este autor.
Moreira en Cañuelas
Aparece en sus correrías por Cañuelas, aldea que siempre visitó. Concurría a la Fonda de Machicote diariamente, hoy Club Estudiantes y escuela Departamento de Aplicación; era también la casa de dicha familia. Dormía por las noches en el altillo, al cual se sube actualmente por una tortuosa escalerilla de madera, que es hoy la biblioteca de la escuela.
La familia Machicote conservó en su poder una fusta del protagonista, que luego donó al museo de Luján. La hija del dueño, Doña Micaela Machichote, contó que como el gaucho no pudo pagar a su padre los gastos ocasionados, un día le obsequió la mencionada fusta. –“Estaba almorzando en la fonda, cuando fue sorprendido por una patrulla policial. Al darse cuenta, saltó la tapia y tiró la fusta que llevaba, diciendo: ‘pa’ que se cobre’”.
Doña Josefa Mozotegui, de 90 años de edad, recuerda que siendo muy niña, estando un día en la zapatería del vasco Don Agustín Goñi, en 25 de Mayo y Rivadavia, el propietario le dijo:
—“Mirá, ése es Juan Moreira, al que le tienen mucho miedo. Viene siempre a calzarse aquí”.
La señora lo describe como un mozo rubino, atildado y limpio, con un tirador de mostacilla con monedas de plata. En aquel tiempo los gauchos podían ser sucios, de pelos largos y barba desprolija, tanto que de sólo verlos aterraban.
Se lo veía en el Almacén de Feito: “Los Álamos”, camino a Las Heras –recuerda María Feito.
Tuvo algunas aventuras amorosas en el pueblo, sobre todo una novia que vivía entre las calles Belgrano e Independencia y se veía a su flete en la puerta durante mucho tiempo, salvo cuando era perseguido por la policía, que ya conocía ese refugio. En los decires de la época se habla de un hijo que tuvo con esta amiga, conocido como Lucho Parra.
El historiador Marcos Estrada Liniers vio personalmente a este gaucho hosco y hermético “que vivía siempre ebrio”.
A veces Moreira tomaba el nombre de Juan Blanco, para disimular.
Cuenta el compadre Andrade de Lobos, el lance que sostuvo con Juan Córdoba, en las proximidades del cementerio de Cañuelas, donde se iban a correr unas cuadreras, frente al boliche. Este paisano borracho, apellidado Córdoba, se entretenía en molestar a la gente. Moreira jugó a la taba con él y este último perdió. Al pagarle la apuesta le dijo un insulto. Juan entonces, lo enlazó con su poncho y lo atravesó con su daga. Murió en el acto.
Pero este hombre no era provocador, simplemente se defendía.
Siempre fue correcto en sus andanzas. Cuenta Don Alejandro Sarrailh que día salía de la estancia su tío Cayetano, quien al encontrarse con Moreira en la tranquera, le prestó 200 pesos. Aquel pensó: “Si se los presto no los veo más y si no se los presto me hago de un enemigo”. Se los dio y Moreira se los devolvió un poco más tarde.
El mismo hacendado, abuelo de Jorge Hidalgo Sarrailh, comentó que Moreira no era ningún asesino y la única muerte premeditada que cometió fue la de Sardetti.
Muchas veces atravesó el campo de su propiedad para ir derecho a Zapiola, con otros amigos como “El cuerudo”, “Andrade”, “Plata fea”.
El tío Cayetano Sarrailh y su hermano Don Marcelino, casado con Doña Ana Mac Clymont de “La Caledonia”, tenían un hotel. Moreira cayó un día en total ebriedad y durmió la mona, hasta la madrugada, al lado del corral de las ovejas.
Cuando se refugió en la toldería, de Simón Coliqueo, se hizo un gran bebedor y jugador de baraja, con gran talento para las trampas.
Moreira dijo: “…yo ya no peleo para defender la vida porque el día que me maten será para mí un beneficio; si peleo lo hago por lujo y para que no digan que me han matado de arriba”. Después saltó sobre su overo bayo, con el perro Cacique a las ancas, alejándose al tranco en dirección a Lobos.
Murió en la ciudad de Lobos el 30 de abril de 1874, en manos del sargento Chirino, en la casa de bailes “La Estrella”, situada cerca de la Estación, actualmente está la Clínica Lobos. Cercado por la patrulla se acercó a la tapia de la casa para saltarla, alcanzar su alazán y huir a campo traviesa; el policía Chirino lo atravesó con un feroz bayonetazo.
Se lo sepultó en la necrópolis lobense, mas a los cuatro días hubo que desenterrar el cuerpo para exhibirlo en la plaza, a la gente que llegaba de los alrededores y que no quería creer que Moreira hubiera podido morir. El cráneo del bandolero se conserva en el museo de Luján, donado por Don Tomás Perón. Cuando “caía a su rancho”, cambiaba contadas palabras con su mujer y su suegra.
El 25 de abril de 1957 el “Gran Circo Argentino” de Salvador Parodi representó en Vicente Casares, partido de Cañuelas, una adaptación del poema dramático “Juan Moreira”.
Coincide Monseñor Marcos Escurra que Moreira no era un matón, alzado. Este cura era hijo de Don Pedro Tomás Ezcurra Fuentes, dueño de la estancia “La Recoleta”, en Virrey del Pino, Ruta 3.
El gaucho había trabajado en la estancia del padre, como domador. Cuenta que llegó una noche aparentemente perseguido por la justicia, cansado, en un nervioso alazán y recuerda el sacerdote como detalle, el facón que llevaba cruzado por la espalda dado su tamaño y el brillo de plata de la vaina.
También había dejado una tercerola, en el flete (Rémington mocho de 1866, rifle español de buena cepa).
En ese momento se arrimó a la cocina, comió carne y fue convidado con mate.
A pesar de ser el famoso delincuente no vino en son de pelea.
Dijo el Deán de la Catedral:
—“Mucho de lo que se ha dicho sobre Juan Moreira es un invento”.
Me emociono amigos lectores, saber que nuestras tierras fueron amigables para este gaucho y que muchos de nuestros abuelos quizá hayan bebido un buen vino a su salud. Cañuelas fue una de las aldeas para su placer y descanso.
Crónica publicada en el libro Costumbres cañuelenses (Ediciones El gran ángel, 2012) de María Lydia Torti.