En primera persona: Entrevista a Daniel Roncoli.

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“…lo que más rememoro de los ochenta es que Cañuelas comenzaba a desperezarse como ciudad con una secreta contradicción…”

Por Martín Aleandro

El sábado 16 de noviembre a las 19hs en el Instituto Cultural Cañuelas Daniel Roncoli presenta su nuevo libro: “El aparador de Zulema”, junto al notable Alejandro Apo como interlocutor. Con la participación de Juan Manuel Rizzi y el cierre musical de Sandra Cherrutti, Juan Fracchi y Leo Mennitto para matizar la velada a ritmo de tango.

Escribir un libro es mirar a adentro de uno mismo, es poner a la luz la intimidad del pensamiento en un relato de ficción que mixtura ambos planos. Cuando me enteré que Daniel Roncoli presentaba su nuevo libro “El aparador de Zulema” en Cañuelas me contacté con él para entrevistarlo y comunicar la noticia. La flamante novela es un excelente relato que cuenta una intriga familiar en un pueblo chico, que a su vez, es una forma de plasmar el mundo en que vivimos. La cita fue en un bar céntrico, lo encontré sentado, mirando por la ventana, abstraído en el afuera… de la charla salió el siguiente material: 

Tus relatos dan cuenta de una ciudad de Cañuelas que ya no es, de alguna forma el tiempo fue transcurriendo y el pueblo se transformó en otra cosa. ¿Cómo era esa Cañuelas que te vio crecer?

En términos generales, la narrativa de futuro que escribo o he escrito tiene que ver con otros márgenes. Como vos decís, cuando hablo de Cañuelas los relatos se vinculan con un presente continuo o se desarrollan en un tiempo pretérito. No evocan aquella fisonomía como un lamento nostálgico sino que intentan auscultar en mi identidad. La inasible, la que no conocí, o la que me es constitutiva. En términos físicos, era una Cañuelas con una identidad más reconocible, con vestigios pueblerinos que dejaban de ser lazos para transformarse, de manera paulatina, en raíces.

El futbol de potrero, el barrio, el límite con el campo y el cielo abierto, las costumbres, los secretos de familia, la oralidad del pueblo… ¿Qué extrañás más de esos gloriosos años ochenta?

Tal vez, lo que más rememoro de los ochenta es que Cañuelas comenzaba a desperezarse como ciudad con una secreta contradicción. Por un lado, me veía en la obligación de discutir, sobre todo a partir de mis primeras propuestas artísticas, un rasgo curioso que obstaculizaba la búsqueda de su ADN.  Un ser y deber ser muy cuestionador del acervo local como un color primario de nuestra identidad. En el otro platillo de la balanza, estas cosas que enumerás, intentando conseguir un desequilibrio para definir una personalidad más genuina: el fútbol de potrero, por ejemplo, tenía sus distintas temperaturas y tonalidades según el barrio, y ofrecía una sonrisa de dentadura incompleta, con sus espacios abiertos recordándonos la serena belleza de una arquitectura de casas bajas y un sinfín de aventuras ramplonas, tan necesarias para hacerse y, a su vez, volar con la imaginación.

 

“El aparador de Zulema” trascurre en tu pueblo natal. ¿Cómo surge la idea de contar en primera persona una historia que atraviesa tu infancia?

Deviene de las carencias. En la indagación de ese ADN un tanto difuso que te mencionaba, me tropecé en más de una ocasión con que Cañuelas en general y, mi pequeño universo en particular, carecen de una mitología formal. Aparecía, apenas, escamoteada en la borra de algunos relatos orales. Desde la infancia como punto de fuga hacia adelante y hacia atrás me propuse barajar algunas hipótesis que pudieran “robarse un lenguaje” –los términos en que Roland Barthes plantea la definición del ejercicio mitológico- y completar con ficción todo lo que no sé, jamás pude descubrir y que, cada tanto, me pregunto.

En tus shows de tango, entre tema y tema aparece el cantante narrador de historias que mezcla la ficción, el humor y personajes de la farándula porteña. ¿desde dónde te relacionas con el humor que siempre está presente en tus historias?

Ante tu generosa observación, y convalidando que en mis distintas expresiones artísticas lo consigo, disfruto mucho de trabajar sobre los contrastes. Pintar con matices. El humor me es un lenguaje imprescindible al que no me lo impongo sino que, me surge de forma espontánea, casi como una modulación de la respiración. Tal vez, si busco la manera de verlo desde un lugar más psicológico, podría arriesgar que la vida es insoportable e inconcebible sin correrse unos grados del eje para encontrarle a las cosas su gracia, su ironía, su deambular disparatado.

 

Tu vida va del futbol al tango pasando por una pasión bien definida por Titanes en el Ring y el amor por esos personajes entrañables y conmovedores de los años setenta. ¿Cómo vivís en ese triángulo amoroso tan argentino y porteño?

Lo trato de llevar con cierto donaire. Algunas cosas de las que enumerás son mascaradas para hablar de otras más intrínsecas. Del fútbol, teniendo en cuenta algunas imágenes que nos devuelve el cotidiano y me producen hartazgo, con la convalidación de variadas patrañas y algunos atentados contra su ser más genuino como al que asistimos ayer siendo testigos de la inclusión de un streamer en un equipo de Primera División a expensas del marketing y las apuestas deportivas oficiales y no tanto, evoco sus paraísos perdidos. Del tango me interesa, entre otras cosas, su inagotable poética. En nombre del catch, podría levantar la bandera de que le supo dar un sentido espectacular a la parodia y el tongo, dos géneros a los que la realidad nos enfrenta con algunas consignas propias del show pero con tantos inocentes y ajenos que reciben golpes antirreglamentarios debajo del cuadrilátero.