El potrero: anécdota de Daniel Roncoli.
En los terrenos baldíos los perros entierran huesos y los niños depositan sueños. Ambos, de alguna forma, están escribiendo su futuro.
Por: Martín Aleandro
Cada Historia de vida encarna la esencia de nuestra gente. En primer lugar porque son relatos que surgen en primera persona de nuestros vecinos; y en segundo lugar, porque esas voces nos representan como pueblo. Si hacemos un recorrido por esas páginas nos deberíamos encontrar frente a frente, cada anécdota nos refleja inevitablemente: cuenta cómo somos.
Nuestra ciudad tiene la particularidad de ser un “pueblo” de campo que fue alcanzado por el Gran Buenos Aires. La discusión es bien fogosa: ¿somos la última ciudad del conurbano o la primera ciudad rural? Aquí no vamos a responder a esta pregunta, o al menos, no de forma directa, ya que la respuesta se podría construir con las distintas anécdotas que fuimos recopilando. Esa es la idea en realidad, la construcción de un perfil, a partir del relato colectivo.
En los años setenta, ochenta y noventa todavía existían gran cantidad de potreros en el casco urbano de Cañuelas (en las Localidades esto sigue sucediendo hoy en día). Quienes vivieron ese tiempo estuvieron trazados por estos espacios baldíos que eran un lugar de libertad absoluta. Daniel Roncoli cuenta que esa Cañuelas era un territorio de juegos, un territorio lúdico desde que comenzaba el día hasta últimas horas de la noche. La “barra” de amigos se juntaba en los distintos potreros y comenzaba la magia. El fútbol les brindaba la ilusión de triunfar y jugar en un gran equipo y que su cara salga en las figuritas de chapa redondas junto a las de sus ídolos. El potrero permitía soñar, y eso no es poco. Roncoli lo plantea como un espacio lúdico porque en ese “territorio” se abría la puerta para salir a jugar. La pelota era el epicentro pero muchas veces la bolita, el barrilete, la escondida, el “poli-ladron” combinaba a las chicas y chicos en el mismo espacio. Hoy, desde la distancia temporal, podemos hacer un análisis sobre la importancia de estos potreros, que de baldío no tenían nada, ya que durante el día eran un “gran estadio” de fútbol o un “club social”.
La astucia se aprende en los potreros. En el fútbol ser astuto suma varios puntos. Como gran ejemplo lo tenemos a “Dios”, a Diego Armando, que en el 86`marca el primer gol con la mano, dejando a los ingleses abrumados, y minutos después, marca el gol de la historia resolviendo el partido más difícil del Mundial. Diego se crió en el potrero, y esa astucia viene de ahí: de la pelota de trapo…
Daniel Roncoli saca de su memoria esta Historia de vida que habla mucho de nosotros, y de esa relación entre la infancia y el baldío convertido en canchita. Cuando el Club Cañuelas entra en la AFA, en su primera etapa, en la vieja cancha llamada “El cajón”, los directivos estaban muy preocupados por la inspección de Estadios, en otras palabras: las medidas de la cancha. “El cajón” no tenía el largo reglamentario. El día que el inspector de la AFA venía a revisar el Estadio, se prepara un gran asado de campo con mucho vino. Este fue el recibimiento, porque en simultáneo estaban fabricando un “metro” de madera de 80cm, muy bien camuflado para que parezca normal. Con este “metro” se garantizaba que el largo de la cancha dé con las medidas estándar que la asociación de Fútbol exigía. Este hombre comió el asado, bebió de un vaso que mágicamente nunca se vaciaba durante varias horas. Llegado el momento de medir el Estadio, el presiente le dice que sería un honor para Club que lo mida con nuestro “metro”. De esta forma el Estadio “El cajón” quedó habilitado para jugar el campeonato. Roncoli remata: “el artilugio de armar un metro más chico fue una estrategia bien de potrero”.