Cuentos y verdades: Puente de caña.

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Por Daniel Valdés Molins

El 2 de abril de 1982 mamá me despertó bien temprano, me dio un beso enorme y un abrazo infinito, me dijo: “¡feliz cumpleaños!, vení, dale vení…¿no sabes lo que pasó?”, caminamos por el pasillo hasta el ingreso de su habitación, ahí, frente al espejo en una mesita estaba la radio que había permanecido prendida desde el día que se compró, clavada en alguna emisora como Nacional o Mitre, después el dial se movería a radio Colonia de Uruguay, pero eso es otra historia, un exaltado locutor gritaba: “hemos recuperado las Malvinas, las islas son nuestras, viva la patria…”, yo cumplía ocho años y ese fue mi mejor regalo,  daba saltos de alegría por toda la casa al grito de: “las Malvinas son Argentinas”, no me importaba que fuera mi cumpleaños y había olvidado el tema de la fiesta, invitados y regalos, fui al colegio y les contaba a todos mis compañeros que habíamos recuperado las islas Malvinas, como si yo tuviera la primicia, mis compañeros compartían el mismo entusiasmo y la misma primicia que traían de sus hogares, hablamos mucho del tema, la maestra, creo que se llamaba Marta, Señorita Marta, nos explicó, tal como hacen las maestras, la importancia de la soberanía nacional, la ubicación de las islas, el ejército argentino, los malvados ingleses y sus intentos de invasiones y dominio del mundo; para todos los que éramos niños en el 82 la noticia nos impactó de una manera que solo a la inocencia infantil le puede impactar, entre mis recuerdos más preciosos de esa época están: la carta que le escribí a un soldado, la canción que le cantábamos a los soldados y que había inspirado la misiva, era algo así: “hoy le escribí una carta, a mi querido hermano, mamá me ha contado que es un buen soldado que cuida las fronteras de la patria…”,mi admiración a los héroes que recuperaron las islas y la angustia y el sueño recurrente de ver un tanque inglés en la puerta de mi casa.

Un día por azar escuché a mis padres hablando de la Guerra de las Malvinas…”la Guerra de las Malvinas” repetí, yo era bastante zonzo, pero entendía bien la palabra guerra, entendía que en una guerra moría gente, se pasaba hambre, miserias y que nadie ganaba. Ese día no dije nada y aprovechando el silencio de la siesta fui a la biblioteca que estaba en el living de la casa, busqué los libros de la segunda guerra mundial propiedad de mi padre, eran tres enormes tomos, tres inmensos tomos,  “Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial” Reader´s Digest, Tomo I, una foto grisácea de un tanque avanzando y levantando polvo, se entendía desde la tapa que el tanque arrasaría con todo lo que le pusieran por delante, Tomo II, un gran barco con varios cañones, humo, imagen de brava destrucción, el mar también sería desbastado y una explosión en el agua lo demostraba, Tomo III en la tapa verdosa soldados a la carrera con armas en sus manos y una batalla aérea, aviones en el fondo, creo que era el desembarco de Normandía, no estoy seguro. De a uno fueron a parar, como un secreto, debajo de la cama de la habitación que compartíamos con mi hermano mayor, todos los días aprovechaba la siesta para hojear los libros, el que más me gustaba era el de los soldados, leía poco y miraba una y otra vez las fotos, las examinaba con morboso interés, cuando aparecían rostros de soldados los examinaba con mayor minuciosidad  e imaginaba que alguno de ellos había recibido mi carta, fui comprendiendo, realmente tuve la certeza, que la guerra de las Malvinas había destrozado mi carta en manos de mi héroe soldado,  una foto reveladora de un soldado muerto de pie, enterrado en la nieve y con su ametralladora en la mano me dio esa certeza, muerto de pie…congelado…de pie… la tristeza fue enorme, lloré en silencio primero y a los gritos después.

La familia se reunió con la noble intención de averiguar, de descubrir el motivo del llanto desconsolado del papanatas más chico. Mis héroes habían muerto todos juntos, y en el mismo instante, los ingleses dejaron de ser los villanos, la señorita Marta era una mentirosa, mis padres me habían engañado, el locutor de la radio me vendió gato por liebre, ni hablar de los que por la tele decían en blanco y negro “estamos ganando, estamos ganando”.

Al tiempo guardé mis alaridos y mis lágrimas, más que nada por vergüenza, nunca guarde mi dolor, pero sí lo compartí con mis mejores amigos, Juampi, el Mosqui (que además de mi amigo es mi hermano mayor) y Pantiago el vecino de enfrente que siempre andaba por casa, fui prudente en mi confesión, Mosqui me miraba como a un bicho raro, siempre lo hacía cuando me daba por las extravagancias de pensar en cuestiones de los grandes, Juampi, como siempre me miraba con una sonrisa y trataba, muy a su pesar, de entenderme, y Pantiago solo era un testigo ocasional. Cuando comencé mi confesión, mi hermano cambio la mirada, sabía, siempre lo supo, que iba a ser el primero en enterarse porque cuernos lloraba con tantas ganas y de la nada el hermano, a Juampi ya lo habían notificado del exabrupto y le habían pedido que vigilara de cerca al llorón, por si se le ocurría confesar,  los grandes a veces se olvidad que la lealtad de la amistad en la niñez es más sagrada que las hermanas y las abuelas, y casi tan sagrada como la madre. Decidí cambiar mi confesión, tal vez con la esperanza de ver a mi héroe volver con mi carta en la mano, tal vez para no compartir con mis amigos mi desazón y mis certezas, realmente no lo sé, pero les dije que mi llanto lo había motivado el saber que los muchachos en la gélida isla estaban pasando hambre y frio, no me creyeron, pero hicieron lo que hacen los amigos, hicieron de cuenta que me creían, de golpe me había convertido en el tipo más solidario del barrio, y mis amigos se alinearon a la preocupación y a la solidaridad compartida.

Como estaba nublado y frio pasamos la tarde entre las figus, la payana y la charla, para cuando mamá nos llamó a tomar la leche la idea ya estaba en marcha, teníamos que mandarles plata a los soldados, mejor aún les íbamos a comprar y a mandar unas cuantas galletitas y golosinas, la lista la encabezaban las Manón, y los juguitos Naranju, yo exigí que se incorpore a la lista los caramelos Fish como gusto personal, Pantiago quiso que también compremos alfajores Capitán del Espacio, yo prefería los de Suchard o los Noel, todos coincidíamos en mandarles chocolatines Jack con sorpresa, hubo una discusión sobre los caramelos Media Hora, pero al final también estaba en la lista, Chiclets Adams y garrapiñadas, pero de las compradas frente al cine de la plaza, nos pasamos el resto de la tarde armando la lista de golosinas que les íbamos a mandar, quedaron fuera de la lista los Tatín Sorpresas, y las pastillas DRF porque a Juampi le recordaban a su tía. Ese sábado se quedaron a dormir nuestros amigos, también vino un primo que no soportábamos mucho y nos tuvimos que aguantar a mi hermana menor hasta que papá la mando a dormir, durante el desvelo nos encargamos de idear la mejor manera de conseguir la plata, las ideas, todas geniales y altamente rentable, partían desde conseguir trabajo en el Circo, hasta el robo de un banco, habíamos visto una película que los ladrones se alzaban con un muy buen botín. Para mí la mejor idea era la de incorporarnos por turnos en el Kiosco y Librería de la vieja Cuetto, así ganaríamos dinero y conseguiríamos descuentos en las compras, estábamos seguros que la vieja Cuetto era al menos millonaria, sino multimillonaria, en su negocio tenía todo; figuritas, bolsas llenas de bolitas, hasta las lecheras, aceritos y bolones, golosinas de todo tipo y color, vendía mapas, cuadernos, lápices, pinceles, tenía todo, hasta esos soldaditos verdes de juguete, los aviones de madera balsa para armar y pintar, todo lo que se te ocurriera, las pelotas con los gajos de River o de Boca, hasta había una pelota de basket con la bandera yanqui, tenía los barriletes y las camisetas de los clubes de primera. El Mosquito insistía en poner una relojería o una fábrica de perfumes, pero al final triunfó la más sensata de las ideas, fabricaríamos un puente peatonal y cobraríamos peaje a todos los que lo transiten.

El emplazamiento del puente sería en el terreno que estaba al lado del tanque del agua del pueblo, allí había un potrero, donde los más grandes jugaban picados de fútbol, le decían la canchita del tanque, ese terreno estaba rodeado de una zanja profunda y calles de tierra, habíamos notado que los jugadores debían ingresar a la cancha por el  único paso que había, un puente hecho con dos vigas del ferrocarril ubicadas en el ángulo norte de la manzana, cada vez que la pelota se iba por el lado opuesto del pasaje, o sea el arco sur o los laterales, algún jugador tenía que rodear media manzana para ir a buscar el esférico, los más osados se arriesgaban a saltar la zanja, corriendo el riesgo de caer en ella y ser el hazmerreír de la tarde, supimos que el puente sería un éxito, sabíamos que al menos se jugaban unos ocho partidos a la semana, y calculamos que los jugadores deberían pasar al menos dos veces por partido, una al inicio del encuentro y otra al finalizar el partido, a once jugadores por equipo, más los mirones y suplentes y sin contar las veces que deberían usar el puente para ir a buscar las pelotas que salían del campo y sumamos otras pasadas casuales…en fin, la cuenta final era alentadora y valía el esfuerzo, seríamos tan ricos como la vieja Cuetto en una o dos semanas.

La construcción arrancó el domingo al mediodía, papá estaba haciendo un asado y escuchaba tango, nosotros llevamos algunas maderas, y cañas cortadas, manejábamos con mucha prudencia las cañas, porque el corte era doloroso, todos alguna vez nos habíamos cortado los dedos con el filo de las cañas cuando armábamos los barriletes, juntamos hilo sisal y algo de alambre, el Mosqui dirigió la obra desde un costado, trabajamos duro y con el objetivo claro, paramos solo unos minutos para comer el asado cunado el viejo pego el grito, para las siete y media de la tarde teníamos listo el armazón de madera, y algunas cañas colocadas transversalmente, hubo que interrumpir la obra por la falta de luz y el exceso de frío, además las tres madres ya andaban nerviosas y a los gritos, era preferible entrar antes que llegaran los chancletazos.

El lunes nos levantamos más temprano con mi hermano, y antes de ir a la escuela fuimos a hacer una inspección del puente, notamos que faltaba mucho, yo le pedí a papá que me dejara faltar para seguir con la construcción, de una patada en el culo me mando derechito al pupitre, Juampi y el Mosqui iban juntos al cuarto grado, así que se pasaron las horas hablando de la lista y agregando ítems, llegaron a la conclusión que comprarían la pelota con la bandera yanqui en menos de un mes, total, con la plata que juntábamos nos alcanzaba para ser  solidarios y avaros.

Almorzamos vorazmente y corrimos al puente a medio hacer, llegamos y ya estaba Pantiago, miraba con las manos en los bolsillos, atrás llego Juampi, esta vez el Mosqui no solo dirigió la obra, sino que también se puso a atar cañas, para las cinco de la tarde ya habíamos completado el piso, así que decidimos hacerle dos pasamanos con las cañas más gruesas que nos sobraron, media hora después el puente estaba finalizado, glorioso y a estrenar, el primero en pasar fue mi hermano mayor, siempre lo usábamos de conejillo de indias, nunca se negaba a ningún reto, pero además nos pareció lo mejor para la prueba de fuego porque era el más pesado de los cuatro, el puente crujió un poco pero resistió bien el transito del audaz caminante, empezamos a pasar una y otra vez, pasamos de uno primero, después en parejas y finalizamos el testeo con un cruce grupal. Orgullosos de nuestra tarea, solo nos quedaba definir cómo y cuánto cobraríamos por la utilización del pasaje peatonal. La idea la dio el primo plomo, que había ido de vacaciones a Canadá y en su viaje había visto como la gente al pasar por las cabinas del peaje simplemente dejaba las monedas en una especie de embudo y la barrera se levantaba dejando libre el tránsito. Excelente, exclamamos todos, desconociendo los principios básicos de la hidráulica que permitiera que una barrera se alce, tampoco teníamos a nuestro alcance la tecnología necesaria para que un cuentamonedas permitiera elevar el paso, así que simplificamos la cosa, pusimos una lata de duraznos, previamente mi hermana se encargó de pintarla toda de negro y le agregó la inscripción en letras blancas “Paso por el puente $ 1”, atamos la lata y notamos que debíamos poner otra del lado opuesto, tarea que se realizó al otro día. El martes en plena siesta invernal se había inaugurado oficialmente el puente peatonal de la canchita del tanque.

El primer día nos quedamos casi inmóviles mirando el puente, sentíamos orgullo y esperábamos ansiosos que los primeros clientes dejaran sus $ 1 al pasar; no pasó nada, el martes no hubo ganancias, el miércoles fue un día de lluvia, y no pudimos ir a ver cómo iba el negocio, pero el jueves al volver del colegio pasamos a recoger nuestras ganancias, nuestra sorpresa fue gigante, no solo no habíamos recibido ninguna moneda, sino que además faltaba una de las latas. No bajamos los brazos y decidimos que el error era nuestro, había un problema de marketing, la gente no entendía que hacer. La solución fue simple, enseñaríamos el uso del puente de caña con el ejemplo. Pasamos el resto del jueves y todo el viernes recolectando monedas y billetes por la casa, fuimos a visitar a las abuelas y los tíos que siempre nos daban alguna propina a cambio de un mandado.

El sábado era el día que más partidos se jugaban, así que aprovechamos ese día para predicar con el ejemplo, el método era éste Mosqui y Pantiago estaban dentro del campito, Juampi y yo afuera, también teníamos pegada a mi hermana, entonces cuando veíamos que se juntaban algunas personas mi hermano pegaba el grito “Chicos pasen por el puente nuevo que sale solo $ 1” y nosotros pasábamos por el puente nuevo depositando el peso en la lata, al llegar gritábamos “que buen puente, solo hay que poner $ 1 en la lata”, repetimos la operación varias veces, hasta que decidimos que ya todos los testigos habían aprendido el uso.

El domingo nos levantaron para misa, ya habíamos decidido con Juampi y mi hermano que al volver iríamos a buscar las ganancias, las latas ya estarían llenas y podríamos empezar a disponer del dinero en ese mismo momento.

Fue increíble llegar al puente y ver las latas vacías, no había quedado ni el dinero depositado por nosotros, que astutamente dejáramos en las latas como reafirmación del pago que se debería hacer al pasar, del puente no quedaba nada o casi nada, apenas algunas cañas quebradas y tiradas en la zanja, calculamos que alguien lo había destruido por alguna razón oscura que nunca alcanzamos a entender. Esta vez no llore, ninguno lloró, ni siquiera hablamos entre nosotros y nunca más se tocó el tema, dimos media vuelta y cada uno se fue por su lado, íbamos arrastrando los pies, derrotados y con los bolsillos vacíos.

Por suerte la guerra terminó, los chicos de  mi edad desconocíamos los detalles, sí nos decían que los héroes de Malvinas regresaban, que aquí los esperábamos felices y orgullosos de su patriotismo y no mucho más, algún compañero del colegio más despierto aportaba algún otro dato, pero no mucho más. Yo nunca más hable del soldado muerto de pie en la nieve, jamás le conté a nadie porque lloraba, nunca más tuve un dos de abril como aquel.

Ese domingo aprendí que el hombre es hombre y nada más.

Nuestro puente fue un sueño mal construido, apenas un intento inocente de estafa, el puente destrozado y los pequeños restos de él, el dinero perdido y la ilusión robada, el vandalismo inexplicable y despreciable fue lo más cerca que pude estar de los chicos que en el frio hielo del sur les habían robado su inocencia, los habían estafado en su ilusión y despreciablemente  los habían destrozado, miserias humanas,… inexplicables razones que destruyen el puente de caña.